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Drácula (1931)




Fascinante atmósfera para la primera adaptación de la novela Drácula (1897)  llevada al cine. 
         
La capacidad expresiva de los decorados, con fuertes contrastes entre claroscuros y perfiles muy marcados son elementos clave para generar un mayor dramatismo en las escenas, especialmente cuando la acción transcurre en Transilvania. 
En concreto, el castillo de Drácula es el foco de todas estas cuestiones. Sus decorados interiores, por lo general, están muy conseguidos, ya que fomentan ese clima misterioso que siempre debe rodear a la figura del famoso vampiro. Su atmósfera tétrica de muros semiderruidos, espacios polvorientos, elementos visuales como telarañas y mobiliario desgastado por el paso del tiempo facilitan el contexto tétrico que se busca en el cine de terror.

Este fuerte contraste destaca de manera sobresaliente en la escena donde aparece la mano del Conde Drácula: tensa, pálida, de dedos alargados y uñas afiladas; contrastada por el fondo oscuro del ataúd. 

La búsqueda de estos matices opuestos nos lleva a generar una antítesis entre el bien y el mal, que junto con la vida y la muerte son los mayores exponentes de este tipo de proyecto filmográfico.